Parte de la naturaleza humana es
vivir con deseos. Los deseos nos impulsan a obtener cosas que no tenemos
y a alcanzar metas, y nos dan energía para funcionar en la vida.
Constantemente deseamos cosas, relaciones, objetivos, éxitos, etc. Si
observamos todo lo que nos rodea, todos los objetos que usamos, todas
las propiedades, todas las personas con las que nos relacionamos, todos
los logros obtenidos a lo largo de la vida, toda nuestra evolución como
personas, y demás, encontramos que detrás de todo esto hay deseos y más
deseos.
Desear forma parte de nuestra vida.
La vida puede verse como una cadena de acontecimientos en que los
deseos se suceden uno tras otro. Si no hubiera deseos la vida perdería
gran parte de su sentido, y de hecho los momentos en que no tenemos
ningún deseo coinciden con los estados de desánimo y depresión.
No
obstante, los deseos son peligrosos. Es muy fácil que se conviertan en
un problema y, lo que en principio nos alienta a vivir, se vuelva
nuestra prisión. Entre otros, hay tres problemas fundamentales en
relación al deseo. El primero es la frustración, el segundo la pérdida
de control y el último alejarse de lo que verdaderamente te importa.
Frustración
Experimentamos frustración cuando nos quedamos sin lo que esperábamos.
Habitualmente deseamos más cosas de las que podemos conseguir con lo
cual, inevitablemente, solemos experimentar frustraciones, unas veces
pequeñas y otras grandes. Deseamos conectarnos con los demás y siempre
falla algo, deseamos vivir pletóricos y felices, y nunca lo conseguimos
del todo, buscamos un equilibrio emocional y las situaciones nos
desestabilizan constantemente, etc. Las frustraciones se van acumulando a
lo largo de la vida, y conforme aumentan las frustraciones se disparan
los deseos y, en consecuencia, más frustración experimentamos.
La frustración es parte de la vida, porque el deseo es parte de la vida.
De modo que es preciso aprender a sobrellevar los momentos en que las
cosas no salen como deseamos. Podríamos y nos libraríamos del dolor de
la frustración pero también podemos aprender a asumir la frustración y
vivirla con serenidad y contentamiento.
Puede
compararse a rascarse el picor de un grano. En muchos casos lo mejor es
no tocarse mucho y dejar que pase. Con la frustración es lo mismo. Las
respuestas que damos a la frustración suelen traernos consecuencias
nefastas para nosotros mismos y para los que nos rodean: reaccionamos
con ira, impotencia, culpa, resentimiento, vergüenza, deseo, desánimo,
etc. Estos sentimientos no sólo nos causan infelicidad en sí mismos
sino que además nos llevan a actuar de un modo irracional,
conduciéndonos a todo tipo de comportamientos dañinos (comer, fumar,
beber, vegetar, comprar, etc.).
Es bien
conocido que numerosos trastornos psicológicos están relacionados con la
incapacidad de soportar que las cosas no sean como deseamos. De manera
que es importante aprender a estar con lo que sucede sin reaccionar.
Cuando sintamos que se frustran nuestras expectativas y deseos,
necesitamos escuchar nuestros sentimientos de malestar y dejar que se
diluyan. Necesitamos aprender a ser conscientes y a mirar con calma y lucidez nuestra experiencia.
Pérdida de control
Para algunas personas el problema con los deseos es la necesitad
imperiosa de tenerlos cuanto antes. Esta inmediatez de la satisfacción
del deseo y la incapacidad de posponerlo es un grave problema a la hora
de tomar decisiones, alcanzar logros importantes o disfrutar de lo que
ha costado tanto obtener.
En este caso el problema es la incapacidad de esperar
a obtener el placer. Esto hace que sólo se deseen cosas que puedan
aportar un placer inmediato y se abandonen cosas más valiosas que
requieren ciertos sacrificios. Todas las cosas importantes requieren un
camino que exige hacer elecciones y abandonar otras. Cuando no somos
capaces de ceñirnos a nuestros objetivos y de posponer nuestros deseos
inmediatos acabamos sin nada, y nos quedamos atrapados en una espiral
inagotable de insatisfacción. Los placeres inmediatos cesan tan rápido
como los consumimos y generan más deseo. Sufrimos cuando no tenemos lo
que deseamos y sufrimos cuando lo tenemos porque ya estamos deseando
otra cosa. Cuando perdemos el control sobre nuestros deseos nunca
disfrutamos de las cosas que tenemos (y antes deseábamos) porque el
deseo nos obliga a buscar la siguiente cosa. Es la metáfora del agua
salada, mientras más bebes más sed tienes.
De modo que aquí también tenemos que aprender a tolerar la desazón.
Esta vez se trata del malestar de no tener todavía lo que deseamos. Se
trata de saber esperar y entender que mientras más sepamos retrasar las
gratificaciones mayores serán las metas a las que podemos aspirar.
Necesitamos aprender a vivir en calma los momentos de incertidumbre y
espera en que todavía falta tiempo para conseguir lo deseado.
Alejarse de lo que importa
Desde una perspectiva más profunda el gran problema del deseo es que nos
impide desarrollar el potencial que tenemos. El deseo está denigrado en
todas las tradiciones por cuanto supone un serio obstáculo a aprovechar
la vida, puesto que nos alejan de nosotros mismos y de lo que nos
importa. Cuanto más nos alejamos de nuestra esencia más insatisfacción
tenemos y más miedos nos dominan. Con lo cual el sufrimiento resulta
inevitable.
Dicen los maestros que para aprovechar plenamente la vida todos los deseos necesitan ser canalizados en un único deseo, el deseo de crecer, evolucionar, realizar la verdad
y trascender el sufrimiento. Si tenemos deseos más importantes que
este, es muy probable que nuestra evolución sea lenta y costosa, y nos
sintamos más insatisfechos con nuestra vida. Pero si todos los deseos se
vuelven secundarios al desarrollo de nuestro potencial todo se vuelve
fácil y fluido.
El deseo
nos atrapa mentalmente. Su poder radica en la seducción y la atención
que demanda. Nos obliga a escucharlo, atenderlo y afrontar la situación;
sin embargo, eso no hace que sea más verdad. La necesidad de obtener
eso que deseamos es una verdad provisional, transitoria y relativa.
Nuestro ser no está definido ni por las cosas que deseamos ni por lo que
ya tenemos, nuestra esencia es anterior a cualquier estado temporal del
cuerpo y mente. Si recordamos la enseñanza, somos la fuente de todo que
ni va ni viene. Nuestra tarea es ahora, en este momento, y consiste en
mantener la presencia en la cual cualquier deseo es irrelevante porque
hay algo que es más significativo.
Finalmente el único deseo que nos libera y consume todos los demás deseos es el anhelo de conocer la naturaleza primordial de la existencia.
Este es el deseo que necesitamos cultivar y cuidar hasta el final,
hasta ese momento en que se realiza que la verdad siempre estuvo aquí,
plena y perfecta, desde el principio.
El
enfoque puramente espiritual radica en si podemos ver que hay algo más
importante que los deseos y satisfacciones personales. Este es el
principal camino a una mayor plenitud. ¿Podemos indagar en la verdad?
¿Podemos poner toda la lucidez de que seamos capaces en descubrir que
eso que deseamos, como cualquier cosa que esté sucediendo, es menos
relevante que lo que somos en última instancia? Y lo que es más
importante, ¿Podemos reconocer que cuando obtengamos eso que deseamos,
lo primordial seguirá siendo la verdad que ahora mismo somos?