Zazen

ZAZEN LA MEDITACION ZEN
(SENTARSE Y SENTIRSE)
Lunes 21:30 a 22:30

en YOGASHALAMARBELLA c/ Jacinto Benavente,21 LOCAL 20. (Entrada por C/Calvario frente al hotel Baviera)

23 de junio de 2013

YO FUNCIONAL. YO EMOCIONAL. YO ESENCIAL.



Estamos conformados por muchos yoes, roles que representamos y adquirimos en función del entorno, contexto, lo que esperan de nosotros o lo que una parte de mi espera de mí mismo, en base a juicios, expectativas, exigencias,… forman parte de lo que considero el "Yo Funcional", yoes necesarios para manejarnos en el mundo. Nos dan estructura, nos hacen ser previsibles a los ojos de los demás, nos ayudan a opinar, a tejer redes que nos sustentan. Nos permiten relacionarnos con el otro, y desempeñar funciones que nos tocan vivir en nuestro día a día. Son variados y cambiantes, a veces su manifestación está sujeta a la vivencia de nuestras emociones y pensamientos.  En los primeros meses de nuestra vida, dependiendo de muchos factores, marcados por el amor de nuestros progenitores y la manera de vincularnos a ellos para sobrevivir, desarrollamos nuestro Yo Emocional. Nos acompañará  formando parte de nosotros, toda nuestra vida.  

Nuestro "Yo Emocional", tiene que ver con nuestra emoción identitaria y todas aquellas emociones que subyacen en nuestro inconsciente y preconsciente y conforman nuestro mundo emocional. Suele prevalecer una emoción frente a otras, esa que reconocemos fácilmente y que nos atrapa en numerosas ocasiones provocando como define Goleman un auténtico "secuestro emocional". Cuando esto ocurre, actuamos de una manera reactiva y puede ser el desencadenante de numerosos episodios dolorosos que se repiten una y otra vez en nuestro devenir de la vida. 

Sin embargo, más allá existe un espacio eterno, luminoso, puro, un punto de quietud donde se reside en la no acción y la plenitud en un vacío fértil. Está descrito en numerosos libros espirituales por místicos, seres  iluminados, y en la psicología Transpersonal.  Assagioli hablaba de los "estados cumbre" en su Psicosíntesis, como experiencias más habituales de lo que  podríamos imaginar. Es lo que yo identifico con nuestro "Yo esencial". Esencial porque  en él reside nuestra sabiduría primordial, eterna, un espacio de paz y armonía profunda, donde todo fluye y se manifiesta de forma natural, sin fragmentaciones, formando parte de un todo en unidad y armonía,  nuestra verdadera esencia. Y Esencial, porque sin él no se entiende nuestra existencia. De alguna manera los otros yoes se proyectan sobre el esencial, como una película se proyecta en una pantalla. Habitualmente estamos tan identificados con nuestros roles y nuestras emociones que perdemos el contacto con nuestro ser real.  Olvidamos o negamos su presencia y vivimos buscando la fuente de la felicidad fuera, cuando en realidad está dentro de nosotros. El Yo Esencial es el más profundo y a su vez el más elevado. Envuelve y nutre a los otros. 

Cuando nacemos, somos vulnerables e indefensos y necesitamos cuidados constantes para sobrevivir. Aprendemos a amar en función del amor que recibimos, y nos vamos desarrollando como personas en base a lo que nos enseñan que debemos hacer para cumplir ese objetivo. 

Esa identidad o Yo Emocional que estamos adquiriendo puede resultarnos en un futuro un obstáculo para desarrollar nuestro verdadero potencial. Nos sentiremos tan identificados con ella que provocará en nosotros un inmenso vacío existencial si no hemos entrado en comunicación con nuestro Yo Esencial. Al despedirnos de esas emociones parásitas e identitarias es necesario confiar en la existencia de ese yo profundo y descansar en él. Desde un reencuentro con nuestro Yo Esencial, reconstruiremos nuestro Yo Emocional y Funcional de una manera más sana.

En el aire esta noche: puedo sentirlo.



Cuando nos damos cuenta que aquello que sentimos nos acerca a lo que somos es cuando no podemos renunciar a lo que fuimos y al mismo tiempo tomar acción. La inteligencia nos demuestra que nada tiene que ver con nuestro lóbulo prefrontal, sino con nuestras emociones más profundas.

De nada sirve comprender el bosón, el funcionamiento y composición de la energía, de las partículas fundamentales, el espacio-tiempo y la física más avanzada, la astroarqueología, etc… si no somos capaces de conseguir que con esos hallazgos podemos erradicar la injusticia y la miseria de miles de millones de seres que no tienen culpa alguna de sus privaciones. Si los que más tienen no están dispuestos a contribuir de forma solidaria para favorecer a los que apenas tienen nada, si con pequeñas aportaciones e iniciativas desde nuestra precariedad, demostramos que se puede trabajar para poner fin a la pobreza, ¿Cómo es posible que aquellas instituciones que gozan de presupuestos millonarios para llevar a cabo esa misión, no se den cuenta de lo sencillo que es poner fin a la pobreza? ¿Qué hacen con esos fondos? ¿Qué está pasando con el Banco Mundial y con la ONU?

Si realmente queremos comprender a las inteligencias más avanzadas del universo, el único camino es aprender a renunciar a nuestros “egos”, transponernos a la esencia primigenia de la existencia y aceptar que como especie aún nos queda mucho camino por recorrer, mucho por aprender y mucho por lo que trabajar, solucionando los problemas del aquí y ahora.

No puede concebirse la libertad del ser sin la capacidad de reconstruirnos desde dentro, pues hay capas de apegos que nos impiden ver con claridad la verdadera razón de nuestra última existencia.

Mientras queden unos ojos suplicantes en el mundo, mientras quede el más mínimo atisbo de negación de los derechos fundamentales humanos, mientras no seamos capaces de renunciar a la ira, al miedo y al odio, se repetirá una y otra vez la misma canción.

Sea éste un homenaje a todos aquellos que dedican su vida a enriquecer la felicidad de aquellos que sonríen con un simple gesto, que es el que emociona. Y eso, la emoción de sentir y propagar la felicidad es la verdadera retribución que nos hace libres y que nos convertirá en más inteligentes

12 de abril de 2013

Aguas serenas




Los humanos somos seres con capacidad de amplia mirada, sin embargo,  nos dejamos atrapar fácilmente por estrechas miras ilusorias donde predomina el yo y lo mío por encima de los otros; éste es un error de base, un fallo cognitivo en el sistema, una falta de sabiduría que nos lleva a una comprensión equivocada de la vida y por supuesto de nosotros mismos. 

En el budismo se indica que esto es producido por una ausencia de atención, una falta de nitidez, un alejamiento de todo cuanto surge y se desarrolla ante nosotros porque queremos verlo siempre de la manera en que queremos verlo y no de otra. Por tanto, no lo vemos ni respetamos tal cual está siendo, en definitiva, nos falta claridad y aceptación. 

Aunque somos seres afortunados y nuestro potencial de conciencia se manifiesta a cada instante, vemos una y otra vez que derrochamos inútilmente las distintas capacidades que poseemos.

Estamos torpes por falta de presencia y por querer vivirlo todo bajo el ritmo frenético y alocado de una mente sin cuerda. Tarde o temprano esto pasa factura a nuestro cuerpo sensible, afectando la emocionalidad y la esfera de los pensamientos. Nuestro rostro carece de brillo natural y la mirada se presenta opaca o escondida.

Mientras que pecamos al buscar la salida o la verdad pensando sobre ello, dialogando en exceso, discutiendo en definitiva sin llegar a un consenso globalizador, el budismo zen fundamenta la experiencia meditativa en el silencio, la gran puerta de acceso al despertar de la conciencia.

El secreto del zen consiste en sentarse, simplemente, sin una meta concreta, sin ansiedad, sin prisas, sin propósitos, aquí y ahora, en absoluto recogimiento, en plena absorción. El zen va directamente al asunto esencial y no se anda por las ramas. El budismo pone el énfasis en la práctica y desarrollo del cultivo sistemático de la atención.  Es fundamental que incorporemos y desarrollemos este hábito saludable en nuestras vidas, hogares, cuerpos, relaciones, instituciones, colegios, etc. Es prioritario que despertemos del sueño en el que nos hemos metido, nosotros mismos, no otros. Es importante que hagamos el esfuerzo de no caer bajos los impulsos del apego y del rechazo.

La auténtica sabiduría no está recogida en los textos escolásticos ni en grandes legados filosóficos; tampoco es producto de nuestra elucubración mental. Básicamente, es la límpida manifestación de una profunda experiencia despierta.

Una máxima china dice: “cuando las aguas se serenan, hasta en las aguas turbias se reflejan las estrellas”. 


Denkô Mesa

25 de febrero de 2013

El cuidado de la inteligencia espiritual


Frente a un concepto reduccionista, que limitaba la inteligencia a la capacidad de resolver problemas mediante un razonamiento lógico, en los últimos treinta años estamos asistiendo al reconocimiento de las diferentes "líneas" o dimensiones que implica. Entre ellas, H. Gardner, el primero en hablar de las "inteligencias múltiples", señala las siguientes: lingüística, musical, lógico-matemática, corporal o kinestésica, espacial o visual, intrapersonal, interpersonal y naturista. Por su parte, K. Wilber se refiere a las distintas "líneas de desarrollo" que puede recorrer la inteligencia: cognitiva, interpersonal, psicosexual, emocional, moral...

En concreto, en los últimos años se está prestando una atención especial al cuidado de la "inteligencia emocional", con todas sus repercusiones, y más recientemente aún, a la "inteligencia espiritual". Si la primera se refiere a la capacidad de nombrar y gestionar las propias emociones, y de relacionarnos con los otros constructivamente, la segunda puede definirse como la capacidad de trascender el yo, separando la conciencia de los pensamientos. La inteligencia espiritual dotaría a las personas de las siguientes capacidades:

  • capacidad de reconocer, nombrar y dar respuesta a las necesidades espirituales;
  • capacidad de trascender la mente y el yo: somos más que la mente;
  • capacidad de separar la conciencia de los pensamientos;
  • capacidad de percibir la dimensión profunda de lo real;
  • capacidad de percibir y vivir la Unidad (No-dualidad) que somos.
De un modo sencillo, podría decirse que la inteligencia espiritual es la capacidad de leer la realidad desde su dimensión más profunda y vivir en coherencia con ello. Pero más allá, incluso, de las definiciones que podamos dar, lo que parece innegable es que –como ha escrito Francesc Torralba- el ser humano, independientemente de su credo religioso o adscripción confesional, sea religioso o no, "padece unas necesidades de orden espiritual que no puede satisfacer ni desarrollar, si no es cultivando la inteligencia espiritual".

La inteligencia espiritual abre ante nosotros un horizonte ilimitado, que nos permite ubicar todo lo que ocurre en su verdadero contexto. Nos capacita para ver en profundidad, superando la visión estrecha de una mente absolutizada. Es el cuidado de esta capacidad que llamamos inteligencia espiritual lo que nos va a permitir crecer en conciencia de lo que somos. Sin ella, no lograremos salir de la confusión ni del sufrimiento.

Esto nos hace ver también la importancia de cuidar esta capacidad en el proceso educativo de niños y adolescentes. De otro modo, les estaremos privando de una de las mayores riquezas con las que puede contar el ser humano. Afortunadamente, cada vez es mayor el interés de padres y educadores por ayudar a los niños y jóvenes a entrar en contacto con esa dimensión. De formas distintas, se está buscando el modo y las "herramientas" para que los más jóvenes puedan experimentar la dimensión profunda de la realidad, empezar a vivirse desde ella y comprobar que es "desde dentro" como se operan los cambios eficaces y donde se encuentra la felicidad.

En cierto sentido, esa demanda podría sintetizarse diciendo que, así como desde hace unos años se ha empezado a tener en cuenta la llamada "inteligencia emocional", quizás sea hora de abrirnos a la riqueza que aporta la "inteligencia espiritual". No hace mucho tiempo, un profesor de primaria me decía: "Cada vez tengo más claro que uno de los mejores servicios que podemos hacerles a los chicos es ayudarles a observar su mente". Lo que planteaba con esas palabras es claro: hay que trabajar el desarrollo de la mente, pero tienen que descubrir que son más que la mente.

Hablar de "inteligencia espiritual" no significa hablar de religión, sino de "interioridad", "profundidad", de "conciencia transpersonal, transmental o transegoica", de "no-dualidad". Significa experimentar que somos más que nuestros pensamientos y emociones y que, cuando accedemos a esa dimensión, todo es percibido de un modo radicalmente nuevo.

Cualquiera que entra por ese camino puede comprobar por sí mismo cómo la llamada "inteligencia espiritual" potencia capacidades como la serenidad, la observación desapegada de lo que ocurre, la ecuanimidad, la libertad interior, la compasión...

De hecho, en aquellos centros educativos en los que se ha empezado a trabajar la "educación de la interioridad", hasta los profesores más escépticos han terminado reconociendo que, tanto la vivencia personal de los muchachos como las relaciones entre ellos, se han enriquecido notablemente. Y que, para sorpresa de muchos, terminan siendo los propios alumnos quienes reclaman la práctica de la meditación, como modo de acallar la mente y aprender a vivir en el presente. 

13 de febrero de 2013

La precisión y el cuidado como virtud


La práctica meditativa requiere rigor y conlleva implícito el desarrollo de la perseverancia. Es fundamental que se mantenga la constancia y la regularidad indagatoria para que pueda darse un natural aprendizaje y manejo correcto en el cultivo de la atención. Sin embargo la avidez humana es grande; se manifiesta cuando pretendemos alcanzar iluminaciones inmediatas y acabamos reduciendo el mundo espiritual al nivel del cheque exprés.

La meditación no se compra con bonos narcisistas, no se da cuando el ego quiere. La meditación no es antes, ni después. Es cuando es, o sea, es todo el tiempo. Por otro lado, no vale hacerlo de cualquier manera. No todo está bien, pero nos hemos convertido en grandes expertos de la justificación y la banalidad más chabacana.

En la Vía del Budha se cuida cada instante con la máxima presencia. No somos sujetos pasivos. El meditador asume la autorresponsabilidad de sus propias conductas. La meditación zazen es una práctica tranquila de vigilancia ininterrumpida, de ahí que la certeza surja a través del gesto preciso, exacto e impecable. Por esta razón, la atención es entendida como un gran sistema de control de la calidad de la conciencia, lo cual permite ir sorteando distintos obstáculos que se encuentran a lo largo del camino del conocimiento. Se dice que hay al menos tres remedios para afrontarlos con éxito: primero percibiendo la interferencia con claridad, pero sin darle excesiva atención, segundo repitiendo este remedio hasta que termine por desaparecer y tercero convirtiendo la interferencia en principal objeto de atención.
 
Si lo expresáramos de otra manera, podemos impedir que surjan los estados perjudiciales que aún no han brotado (evitando que crezcan las malas hierbas en nuestro jardín interior), disolver aquellos estados nocivos ya surgidos (esforzándonos en quitarlas si nacen), generar estados provechosos que no han salido (plantando hermosas flores) y manteniendo los estados provechosos ya surgidos, esto es, esforzarnos finalmente en mantenerlo bello y hermoso es entender el mimo y el cuidado como virtudes de la práctica meditativa.

Porque como dijo el maestro zen Eihei Dôgen “Las olas se forman incansablemente en la superficie de la corriente, pero no pueden borrar el reflejo de la luna que mora en ellas.”

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Denkô Mesa

6 de febrero de 2013

El viejo arte del darse cuenta


El viejo arte del darse cuenta

¿Cómo están? ¿Cómo se encuentran?
No es una pregunta baladí, realizada sin intenciones. Generalmente nos perdemos por las ramas cuando alguien nos confronta. Les invito a que reformulen estas cuestiones y las pasen a primera persona: ¿Cómo estoy¿ ¿Cómo me encuentro?

En la mayoría de las ocasiones solemos responder de forma automática y compulsiva con un “bien… todo bien”, ¿pero realmente lo estamos? ¿Cómo nos encontramos a nivel físico, mental, emocional?

Cuando llegamos al Zen, lo primero que se nos dice es que hemos cargado un pesado fardo que no merece la pena seguir llevando a cuestas. Se nos enseña que hay un camino de liberación y se nos indica que nadie va a hacerlo por nosotros. La respuesta sólo puede hallarla cada uno y por sí mismo.  Se nos dice claramente que todos tenemos la posibilidad de vivirnos cada vez mejor y alcanzar un estado pleno y exento de dolencias innecesarias.

Por tanto, el proceso de sanación es personal, si bien la práctica se desarrolla adecuadamente en el seno de un grupo estable y bajo la guía y supervisión de un maestro. Asimismo, la paciencia y la perseverancia son elementos importantes a tener presentes. Suelo llamar de este proceso como “El viejo arte del darse cuenta.”

Todos podemos hacerlo. Todos disponemos de una misma capacidad: la atención, ¿pero cuántos estamos dispuestos verdaderamente a asumir la responsabilidad de las palabras, acciones y pensamientos? Todo este bagaje forma parte del equipo de viaje.

El Zen se ocupa del cómo hacer y de responder adecuadamente al quién lo hace. No es lo mismo ocuparse que preocuparse de algo.
Denkô Mesa 

(Preámbulo a la enseñanza sobre las Tres Virtudes)

Ligereza como virtud




Cierto es que las verdades más sencillas son las más profundas, sustentan la columna vertebral de las grandes religiones y aportan certitud a las vías del conocimiento. ¿Cómo hallarlas?

En el budismo se habla de las pâramitâs, una serie de "virtudes" que describen calidades del pensamiento, la palabra y la actuación. Si estas perfecciones formaran parte íntegra de la vida de uno, revelarían los misterios del universo y de los hombres. En otras palabras, los pâramitâs, vividos consciente y adecuadamente, señalan el camino a la percepción directa de la realidad. Las tres virtudes son la ligereza, la frescura y el cuidado.

La primera de éstas reúne en armonía dos planteamientos antagónicos en apariencia: la quietud y el movimiento. Durante la práctica meditativa aunamos la estabilidad y el dinamismo. A lo largo del tiempo se va produciendo naturalmente un natural equilibrio entre el cuerpo y la mente, elementos inseparables que han sido disociados por una mente ilusoria que vive fragmentada. Para que este rencuentro saludable se produzca, durante la meditación es fundamental el contacto permanente con la respiración, un gran aliado. Poco a poco aprendemos a ser respirados… Sintiendo, integrando, soltando. He aquí el gran silencio a través del cual todo fenómeno es percibido tal cual es. Ésta es la experiencia de la tranquilidad serena.

Por otro lado se da el movimiento, existe al mismo tiempo. Al contemplar con ecuanimidad nuestra propia mente, vemos que es una en el dinamismo constante, fluye como así lo hace el universo entero. De esta forma, en cada nuevo ahora el presente acude como fruto del pasado y semilla de futuro. Pero, ¿cómo s fluir y adaptarnos al cambio permanente?

En el momento en que no se va a ninguna parte, puesto que no se viene de ningún lado, la mirada se posa y aparecen las Diez Direcciones. Hemos de saber que la meditación no se inicia, ni se acaba con el sonido de la campana. La práctica prosigue sin esfuerzo, sin principio ni final. Es el ego, atrapado en sus límites estrechos, quien se desvanece por sí mismo bajo la atenta mirada de una práctica seria. Esto es fruto del centramiento fundamental y la apertura del corazón, facultades dirigidas hacia el bien de todos los seres sintientes. Por ello, esta virtud también puede relacionarse con el concepto ‘suavidad’. 

Así pues, durante la práctica  meditativa es importante focalizar adecuadamente la atención, permanecer concentrados en cada inspiración y tras cada espiración. Sin embargo, cuando hay un exceso de fijación, se manifiesta un estado de contracción innecesario. En este sentido se habla de mano de hierro en guante de seda, una vieja expresión zen que revela que la consistencia y el brillo de la práctica meditativa, nada tienen que ver con la fuerza bruta. La voluntariedad y afán por conseguir esto o aquello pertenecen al dominio ciego del ego.

Como conclusión, la práctica meditativa es una experiencia de contemplación indivisa de la realidad, experiencia que proporciona una transformación ecuánime de la percepción. Cuando el sujeto y objeto observados se funden en un mismo latir, se comprende que el apego y el rechazo son actitudes extremas que distorsionan la verdad.

La práctica meditativa no tiene propietario, es y se da sin identificación. Morimos y nacemos a cada instante. La clave está en mantener y aprender a soltar (al mismo tiempo). El puro gozo del ser no es algo a alcanzar, sino un estado a recuperar.
Denkô Mesa
Febrero 2013

16 de enero de 2013

Cuando meditamos, ¿quién o qué está meditando?


¿Es la mente? ¿Cómo es el cerebro/cuerpo involucrado? Si la meditación es en última instancia acerca de la mente viendo su verdadera naturaleza, ¿cómo hemos de entender la mente que medita?

El Buda responde a tu pregunta muy bien y de manera sucinta en el Bahiya Sutra. Dice: «Deberías entrenarte de esta manera: cada vez que veas una forma, sólo tienes que ver; cada vez que oigas un sonido, simplemente escucha; cada vez que degustes un sabor, simplemente gusta; cada vez que sientas una sensación, simplemente siente; cada vez que surja un pensamiento, déjalo simplemente ser un pensamiento. Entonces "tú" no existirás; cada vez que "tú" no existes, no te encuentras en este mundo, otro mundo, o enmedio. Ese es el fin del sufrimiento».

Recuerda, todo lo que el Buda enseñó tenía que ver con el sufrimiento y el fin del sufrimiento. Su enseñanza no era tanto una filosofía como un camino práctico, que conduce al fin de la pena y las lamentaciones. Desde esta perspectiva, la pregunta podría ser: ¿Está el sufrimiento teniendo lugar en este momento? ¿Si es así, puede ser soltado?

La práctica es investigar la naturaleza de la realidad de una manera que traiga la liberación interior. La clave está en dejar de lado el apego, especialmente el apego al pensamiento o sentimiento de un sí mismo sólido que existe inherentemente. Vemos que lo que llamamos el yo está vacío de realidad intrínseca y que la identificación de cualquier cosa como ser yo, mío o mí mismo es dhukka. La mente que medita también está vacía de existencia inherente.

«Mente» a veces se define como las actividades de la mente; pensamientos, intenciones, percepciones y estados mentales. Otras veces, lo que significa «mente» es la consciencia o atención plena. En cierto modo, hay muchas mentes, no solo una. Cuando comenzamos a meditar, el observador parece ser real y creamos un sentido de nosostros mismos del observador. En algún momento, sin embargo, sentimos curiosidad por el observador y centramos nuestra atención en el propio observador. Al prestar atención al observador, el observador se disuelve en una inasible amplitud; uno podría decir que esto es lo que realmente somos, pero reclamar esta amplitud como yo o mío no es del todo cierto.

Hay un dicho birmano: «La meditación está meditando, tú no estás meditando». Una concienzuda investigación conduce a una comprensión no verbal de la naturaleza vacía de todas las cosas. Las expresiones de esta realización de la vacuidad son la alegría, relajación, compasión y la libertad interior. Está pregunta de quién o qué es la meditación es una hermosa pregunta que abre una sensación de asombro y misterio. Vale la pena hacerse esta pregunta; una respuesta auténtica sólo proviene de continuar contemplando silenciosamente.
Por Narayan Liebenson Grady

28 de diciembre de 2012

Sobre los deseos




Parte de la naturaleza humana es vivir con deseos. Los deseos nos impulsan a obtener cosas que no tenemos y a alcanzar metas, y nos  dan energía para funcionar en la vida. Constantemente deseamos cosas, relaciones, objetivos, éxitos, etc. Si observamos todo lo que nos rodea, todos los objetos que usamos, todas las propiedades, todas las personas con las que nos relacionamos, todos los logros obtenidos a lo largo de la vida, toda nuestra evolución como personas, y demás, encontramos que detrás de todo esto hay deseos y más deseos. 
Desear forma parte de nuestra vida. La vida puede verse como una cadena de acontecimientos en que los deseos se suceden uno tras otro. Si no hubiera deseos la vida perdería gran parte de su sentido, y de hecho los momentos en que no tenemos ningún deseo coinciden con los estados de desánimo y depresión.
No obstante, los deseos son peligrosos. Es muy fácil que se conviertan en un problema y, lo que en principio nos alienta a vivir, se vuelva nuestra prisión. Entre otros, hay tres problemas fundamentales en relación al deseo. El primero es la frustración, el segundo la pérdida de control y el último alejarse de lo que verdaderamente te importa.

Frustración
Experimentamos frustración cuando nos quedamos sin lo que esperábamos. Habitualmente deseamos más cosas de las que podemos conseguir con lo cual, inevitablemente, solemos experimentar frustraciones, unas veces pequeñas y otras grandes. Deseamos conectarnos con los demás y siempre falla algo, deseamos vivir pletóricos y felices, y nunca lo conseguimos del todo, buscamos un equilibrio emocional y las situaciones nos desestabilizan constantemente, etc. Las frustraciones se van acumulando a lo largo de la vida, y conforme aumentan las frustraciones se disparan los deseos y, en consecuencia, más frustración experimentamos.
La frustración es parte de la vida, porque el deseo es parte de la vida. De modo que es preciso aprender a sobrellevar los momentos en que las cosas no salen como deseamos. Podríamos y nos libraríamos del dolor de la frustración pero también podemos aprender a asumir la frustración y vivirla con serenidad y contentamiento. 
Puede compararse a rascarse el picor de un grano. En muchos casos lo mejor es no tocarse mucho y dejar que pase. Con la frustración es lo mismo. Las respuestas que damos a la frustración suelen traernos consecuencias nefastas para nosotros mismos y para los que nos rodean: reaccionamos con ira,   impotencia, culpa, resentimiento, vergüenza, deseo, desánimo, etc. Estos sentimientos no sólo nos causan infelicidad en sí mismos sino que además nos llevan a actuar de un modo irracional, conduciéndonos a todo tipo de comportamientos dañinos (comer, fumar, beber, vegetar, comprar, etc.).
Es bien conocido que numerosos trastornos psicológicos están relacionados con la incapacidad de soportar que las cosas no sean como deseamos. De manera que es importante aprender a estar con lo que sucede sin reaccionar. Cuando sintamos que se frustran nuestras expectativas y deseos, necesitamos escuchar nuestros sentimientos de malestar y dejar que se diluyan. Necesitamos aprender a ser conscientes y a mirar con calma y lucidez nuestra experiencia.

Pérdida de control
Para algunas personas el problema con los deseos es la necesitad imperiosa de tenerlos cuanto antes. Esta inmediatez de la satisfacción del deseo y la incapacidad de posponerlo es un grave problema a la hora de tomar decisiones, alcanzar logros importantes o disfrutar de lo que ha costado tanto obtener.
En este caso el problema es la incapacidad de esperar a obtener el placer. Esto hace que sólo se deseen cosas que puedan aportar un placer inmediato y se abandonen cosas más valiosas que requieren ciertos sacrificios. Todas las cosas importantes requieren un camino que exige hacer elecciones y abandonar otras.  Cuando no somos capaces de ceñirnos a nuestros objetivos y de posponer nuestros deseos inmediatos acabamos sin nada, y nos quedamos atrapados en una espiral inagotable de insatisfacción. Los placeres inmediatos cesan tan rápido como los consumimos y generan más deseo. Sufrimos cuando no tenemos lo que deseamos y sufrimos cuando lo tenemos porque ya estamos deseando otra cosa. Cuando perdemos el control sobre nuestros deseos nunca disfrutamos de las cosas que tenemos (y antes deseábamos) porque el deseo nos obliga a buscar la siguiente cosa. Es la metáfora del agua salada, mientras  más bebes más sed tienes.
De modo que aquí también tenemos que aprender a tolerar la desazón. Esta vez se trata del malestar de no tener todavía lo que deseamos. Se trata de saber esperar y  entender que mientras más sepamos retrasar las gratificaciones mayores serán las metas a las que podemos aspirar. Necesitamos aprender a vivir en calma los momentos de incertidumbre y espera en que todavía falta tiempo para conseguir lo deseado.

Alejarse de lo que importa
Desde una perspectiva más profunda el gran problema del deseo es que nos impide desarrollar el potencial que tenemos. El deseo está denigrado en todas las tradiciones por cuanto supone un serio obstáculo a aprovechar la vida, puesto que nos alejan de nosotros mismos y de lo que nos importa. Cuanto más nos alejamos de nuestra esencia más insatisfacción tenemos y más miedos nos dominan. Con lo cual el sufrimiento resulta inevitable.
Dicen los maestros que para aprovechar plenamente la vida todos los deseos necesitan ser canalizados en un único deseo, el deseo de crecer, evolucionar, realizar la verdad y trascender el sufrimiento. Si tenemos deseos más importantes que este, es muy probable que nuestra evolución sea lenta y costosa, y nos sintamos más insatisfechos con nuestra vida. Pero si todos los deseos se vuelven secundarios al desarrollo de nuestro potencial todo se vuelve fácil y fluido.
El deseo nos atrapa mentalmente. Su poder radica en la seducción y la atención que demanda. Nos obliga a escucharlo, atenderlo y afrontar la situación; sin embargo, eso no hace que sea más verdad. La necesidad de obtener eso que deseamos es una verdad provisional, transitoria y relativa. Nuestro ser no está definido ni por las cosas que deseamos ni por lo que ya tenemos, nuestra esencia es anterior a cualquier estado temporal del cuerpo y mente. Si recordamos la enseñanza, somos la fuente de todo que ni va ni viene. Nuestra tarea es ahora, en este momento, y consiste en mantener la presencia en la cual cualquier deseo es irrelevante porque hay algo que es más significativo.
Finalmente el único deseo que nos libera y consume todos los demás deseos es el anhelo de conocer la naturaleza primordial de la existencia. Este es el deseo que necesitamos cultivar y cuidar hasta el final, hasta ese momento en que se realiza que la verdad siempre estuvo aquí, plena y perfecta, desde el principio.
El enfoque puramente espiritual radica en si podemos ver que hay algo más importante que los deseos y satisfacciones personales. Este es el principal camino a una mayor plenitud. ¿Podemos indagar en la verdad? ¿Podemos poner toda la lucidez de que seamos capaces en descubrir que eso que deseamos, como cualquier cosa que esté sucediendo, es menos relevante que lo que somos en última instancia? Y lo que es más importante, ¿Podemos reconocer que cuando obtengamos eso que deseamos, lo primordial seguirá siendo la verdad que ahora mismo somos?

19 de diciembre de 2012

KHANDHA


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En el Sutra del Diamante se lee: “Todas las cosas compuestas se asemejan al sueño, fantasma, burbuja, sombra… Se parecen a la gota del rocío y al destello del relámpago. Así debe considerarse la existencia.” En la mayoría de las culturas se hacen descripciones del ser humano, pero ¿quiénes somos en realidad? Ésta es la gran incógnita que debemos despejar. Casi todas las tradiciones lo consideran como un compuesto, ya sea alma y cuerpo (tradición judeocristiana) o cuerpo, mente y espíritu en otras. El budismo también ve al individuo como un conjunto de agregados, si bien no reconoce en ellos entidad fija o inmutable. La identificación (apego) es la causa del sufrimiento innecesario. Si queremos en verdad entendernos, debemos entender plenamente qué son y cómo funcionan, lo cual significa aprender a verlos tal y como son.

En el Canon Pali, la colección de los antiguos textos que constituyen el cuerpo doctrinal y fundacional del budismo, se representa al Budha diciendo que sólo enseñaba dos asuntos: el sufrimiento y el final del sufrimiento. Tras una práctica meditativa perseverante, Siddhartha Gautama alcanzó un estado de conciencia que ninguna palabra podía describir, sin embargo supo que el camino y la experiencia podrían ser descritos, aunque implicaba una nueva manera de ver y conceptualizar el problema del sufrimiento. Para ello, tuvo que inventar nuevos conceptos y extender palabras preexistentes a fin de que los demás pudieran experimentar el despertar por sí mismos. Una de las nociones nuevas y centrales de su enseñanza fue el de khandha, habitualmente traducido al castellano como “agregados”.

Anteriormente al Budha, la palabra pali “khandha” poseía sentidos muy ordinarios. Un khandha podía ser una pila, un fardo, un montón, una masa. Podía también ser el tronco de un árbol. Sin embargo, en su primer sermón, el Budha le dio un nuevo significado psicológico, introduciendo el término “agregado del apego” [“upadana-khandha”] para resumir su análisis de la verdad del sufrimiento. A lo largo del resto de su carrera docente se refirió a estos khandhas psicológicos una y otra vez. Desde entonces, la importancia de éstos ha sido evidente para cada generación de budistas.

Por lo general, el acercamiento a los cinco agregados es principalmente analítico, pero debe recordarse que el budismo no persigue el análisis por sí mismo, o se forja para acumular datos e información, más bien establece abiertamente la naturaleza de nuestra existencia como requisito preliminar para la penetración intuitiva de la realidad. Por ello, a fin de comprender cómo somos y qué nos ocurre, tenemos que aprender a ver de cerca.

El Budha dijo que los cinco agregados deben ser totalmente entendidos. Es decir, la función con respecto a la verdad de dukkha, la primera Verdad Noble, consiste en entenderla plenamente. Con el objeto de poner fin al sufrimiento, de ganar la libertad, paz y  felicidad de la liberación, debemos tornar nuestra atención y tener en cuenta la naturaleza de los cinco agregados. 

Así pues, cuando Budha dice que existe el sufrimiento, no niega la felicidad existente en la vida. Por el contrario, admite diversas clases de felicidad, tanto materiales como espirituales, para los laicos y los monjes. Los purísimos estados de dhyana (absorción) están exentos de toda sombra de sufrimiento y pueden describirse como  “Felicidad Inefable”, esto es, vivir cada situación en un estado de Perfecta Ecuanimidad y Pura Atención. Ésta es nuestra meta.

Denkô Mesa
Diciembre 2012